El maestro pensaba que la muerte era solo la puerta a un estado de conocimiento absoluto. Que una vez muerto, uno podía tener las respuestas a todas las preguntas.
Con la muerte solo se acaba la vida, pero se da paso a un estado de bienestar donde no se consumen recursos, se vive eternamente y no hay motivo para la negatividad.
-Maestro -preguntó el discípulo-, si es tan buena la muerte, ¿por qué seguimos viviendo?
-La vida es un regalo. Hay que aprovecharla y vivir todas sus intrigas y contradicciones para que cuando llegue la muerte, todos apreciemos el nirvana en su máximo esplendor.
-La vida puede ser un regalo, maestro, pero también una condena. No todo el mundo tiene las mismas posibilidades de disfrutar. Hay enfermedad, injusticia, prisión, dolor... Estas personas deberían poder pasar a la otra vida para ser felices, ¿no es así?
-Todas tus preguntas serán satisfechas tras la muerte.
Quiso el destino, que es el segundo nombre de la casualidad, que el discípulo encontrase la muerte antes que su maestro. Una imparable epidemia acabó con su vida en cuestión de unas pocas horas.
Y la muerte acabo con el dolor. El discípulo emergió en la vida eterna como una burbuja de aire abandona el océano y se funde con el cielo.
Todo se cubrió de oscuridad, o puede que de luz, que es lo mismo pero al revés.
Como la muerte no tiene memoria, el discípulo olvidó todas sus dudas así que ya no tuvo nada que preguntar. El nuevo estado incorpóreo no permitía experimentar el placer, ya que no se podía comer, ni tener ningún contacto físico, ni hacer el amor. Pero se podía apreciar la belleza de un atardecer o el maravilloso olor de la tierra o el pan recién hecho.
Así se hallaba el discípulo, vagando en la inmensidad de la eternidad cuando acertó a fallecer el maestro. De nada le sirvieron todos sus estudios, ya que al morir se encontró desmemoriado y desprovisto de su capacidad de sentir. En cambio, percibió la presencia del discípulo y de algún modo acertó a preguntar.
-Maestro, si es tan buena la muerte, ¿por qué seguimos viviendo?
El discípulo, que no tenía conciencia de haber sido discípulo ni sabía cuándo se había convertido en maestro, respondió.
-Todas tus preguntas te serán satisfechas tras la muerte.